Imposible lograr la tan deseada desconexión. El frío, el agobio, el sueño, el cansancio, la sensación de no estar en mi lugar, de no poder ser como soy y actuar a mi voluntad, el no poder descubrir nuevos lugares, el sentirme prisionera. No fue culpa de nadie, ni tan siquiera mía. Me volví y no me arrepentí, porque mi persona valora la quietud, la independencia y el hecho de ser yo misma. No puedo ni quiero negar que en tres días aprendí mucho, que en pocas horas supe lo que me gustaba, lo que quería probar, lo que me podía ayudar; que el dibujo puede relajar, que en el fondo soy artista, que no estoy sola en el mundo, que hay más gente con inquietudes y que, como llevo creyendo toda mi vida, siempre muchos me superan: en talento, en vocación, en intelecto, en sabiduría y en belleza. Todo lo aprendido quería ponerlo en práctica a mi manera, quería probarlo en mi intimidad.
Y no me arrepiento: ni ayer, ni hoy, ni nunca, porque cuando tomé la decisión, un bálsamo de relajación cayó sobre mí. Y esto, tan sólo esto, es lo que necesitaba.