Yo adoro a mi madre. Pero ella nunca se lo creerá, puede que porque yo no sepa demostrarlo, puede que porque haya siempre alguien que lo impida. En efecto, caben ambas posibilidades. La primera es un problema que no tiene solución: lo he intentado todo, pero nada ha valido; creo que he estado al borde de una muerte en vida pretendiendo ser esa chica modelo de la que todas las madres estarían orgullosas. No lo conseguí, por suerte sigo viva, aunque creo que una parte de mí se anestesió un día sin volver a despertar. La quiero, mucho, y lo he demostrado a mi manera, una manera que al parecer no es para los otros la mejor, supongo que porque no es la oficial. La segunda posibilidad, sin embargo, es la que me ha causado más inconvenientes y dolores de cabeza. Es, ciertamente, la que ha hecho que mi manera de amar no se vea reconocida, que mis alas se hieran en numerosas ocasiones, que mi aliento se canse y quiera dejar de existir, que a veces llore con desesperación o que en ocasiones me sienta tan apática que nada me convenza, que nada me satisfaga. Sinceramente, muy sinceramente (y aquí no tengo porque mentir, pues no estoy escribiendo para nadie en concreto) nunca he querido dañar a nadie y menos aún a una madre que ha sido mi único punto de apoyo. Yo solamente pretendo ser fiel a mis más viejos ideales: vivir y dejar vivir, hacer lo que apetezca sin molestar. Pero está claro que no me dejan, que no puedo, ya que un fallo sin arreglar al nacer hizo que de siempre mi conciencia se preocupe más de lo recomendado para vivir en tranquilidad. O sea, que lo que dicen de mí o los daños que dicen que yo causo me afectan. ¡Jolín! y no quiero. ¿No se han parado a pensar que a lo mejor son ellos los que dañan? Y encima tienen el valor de culparme a mí, ¡claro, una chica que no habla, vulnerable, aquella que tiene ese carácter perfecto para poder culparla de las desgracias de los más próximos! Me da rabia, sí, ya no se que hacer. Supongo que mi manera de evadirme o de no entrar en el juego es callar, no mezclarme con esta suciedad asquerosa a la que tachan de moralidad. Te digo que es absolutamente lo contrario. Me dan náuseas. Habría aprendido a pasar y a reírme del panorama -pues he conseguido tener una vida distinta a la de estos- pero no puedo precisamente porque se trata de mi mami. La quiero, nunca la dejaría sola. Sólo pido a quien sea, a quien me escuche, que ella no se deje influir por esos ideales que llaman decentes, porque una experiencia personalmente e intensamente vivida me dice que sólo son malos y anuladores.
30.12.09
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment